domingo, 17 de abril de 2011

Cicatrices de Guerra



Ayer se me ocurrió visitar a mis abuelos antes de quedar con mis amigos, tenía ganas de estar con ellos  porque ya llevaba un tiempo sin verlos y me apetecía saber como estaban,  al llegar siempre me dan un gran abrazo y un beso y me preguntan como estoy, la verdad es que se preocupan mucho por mi, lo hacen desde que soy pequeña…

Al verlos, con sus 84 años ya, me pregunté acerca de sus vidas, cuando eran de mi edad o incluso menores y me pregunté: ¿Cómo lo pasaron durante su infancia?.
Cuando apenas tenían 9 años de edad comenzaba la guerra civil… entonces me quedé durante unos segundos pensativa mirando a mi abuelo como si intentase adentrarme en su historia… en el presente, mi abuelo me hacía un bocadillo de jamón con tomate, estaba riquísimo.

Mas tarde decidí preguntarles sobre su infancia, tenía bastante curiosidad y advertí que nunca antes habíamos hablado sobre ello… Al principio, antes de comenzar a hablar  pude observar como un sentimiento de tristeza y nostalgia recorría el rostro de mi abuelo, sus ojos brillaban…

-“Durante la guerra y la posguerra la gente lo pasó muy mal..., muchos pedían por las calles o se emborrachaban sin saber ya que hacer, intentando olvidarlo de alguna forma…. Yo tuve suerte al menos pude comer, no como otros… la gente solía comer “pan negro” y otras cosas en muy malas condiciones”-
-“Aún escucho todos los bombardeos, todos los gritos de la gente, los camiones que llegaban dispuestos a matar a otros…, además tenías que tener mucho cuidado, si alguien te conocía y no le caías lo suficientemente bien podía decir que eras rojo y te fusilaban sin pensarlo dos veces…”-

-“He pasado toda mi vida en Las Gabias, un pueblo cercano a la ciudad, he visto y vivido como; diariamente, venían personas desde otros pueblos que estaban muy lejos, pueblos hasta de Almería. La gente mendigaba intentando sobrevivir, sacar adelante a sus familias, en ocasiones venían a casa y tu bisabuela les daba un trozo de pan o un poco de miel… aquel fue un tiempo de mucho sufrimiento y crueldad… la mayoría también se encontraba muy mal, padecían enfermedades contra las que no existía remedio o no podían permitírselo, no había seguros médicos como ahora, todo era tan diferente…”

También me contó algunas historietas de viejos amigos suyos, como el de uno al que le llamaban “El alcoba” al que lamentablemente fusilaron los rojos, me habló de su difícil situación durante la posguerra, el había quedado huérfano con tan solo 16 años y poco después murió su hermana de una enfermedad, esta además pretendía casarse pocos meses después así que el se quedó muy solo y se dispuso a trabajar por su cuenta, se tuvo que “buscar las habichuelas”.

Después de un largo rato de conversación me di cuenta de lo tarde que era y me despedí de ellos, supuse que estarían ya agotados les di un fuerte beso y me marché.

Hablar con ellos consiguió llevarme hasta su pasado, e hizo que me sintiese muy afortunada por las condiciones en las que vivimos ahora, todas esas gentes tuvieron que pasar horribles calamidades, tuvieron mucho miedo, se escondían, no podían expresar todo lo que sentían…. Por ello pienso que deberíamos valorar más lo que tenemos ahora, ellos vivían felices y de pronto todos sus sueños desaparecieron en los comienzos de la guerra….
 
Mónica Rodríguez Hitos









Testimonio desde Salamanca

Amparo Martin Alonso nació el 6/11/1904 en Salamanca. Al inicio de la guerra civil española, 1936, tenía 32 años. Nacionalista. Se dedicaba a la enseñanza, como maestra en un colegio religioso en la capital. Vivía en un pequeño pueblo a las afueras de Salamanca, en el límite con Zamora. Salamanca pertenecía, en general, al bando nacionalista.
La guerra se inició cuando asaltaron la casa y asesinaron a Calvo Sotelo. Cuando esta empezó, en el pueblo decían que había unas listas en las que aparecían las personas que podían ser republicanas, pero de su existencia nunca se supo.  El alcalde, se encargó de todo el pueblo, negando la existencia de algún rojo.
Salamanca durante este periodo fue una ciudad bastante tranquila. Lo único más relevante fue: la quema y destrucción  de conventos e iglesias por parte de los republicanos; el paso de aviones, pertenecientes al bando republicano, que dejaban caer alguna bomba; y el fusilamiento de 8 personas en el pueblo vecino, acusadas por el alcalde, de este por rencillas personales que no eran del todo ciertas. A su muerte ningún vecino, e incluso su familia, acudió al funeral.
Cuando estalló la guerra, ella y su marido iban a coger un tren con  dirección a Madrid; por motivos desconocidos él subió a ese tren estuvo y ella tendría que esperar al siguiente. Después de esperar largo tiempo  le comunicaron que regresara a su casa porque habían cortado todo tipo de comunicación con la capital española. Ella estuvo largo tiempos in saber de la existencia de su marido.
Afirma que durante la Guerra  en el colegio se hacía vida normal. Pero cuando pasaban los aviones, los profesores iban con los niños a unos refugios, colectivos, que se encontraban cerca y, además,  no se permitía dar clase de religión, ni ninguna otra doctrina cristiana. Aunque  si se podía impartir clase de moral, y muchas profesoras cristianas inculcaban estos conceptos de manera hablada.
Las noticias sobre la situación española  llegaban por la radio, por ejemplo: comunicaban las ciudades que eran republicanas: Madrid, Zaragoza, Barcelona y casi toda Andalucía; y  las ciudades que se conquistaban; y verdaderas atrocidades de lo que les hacían tanto a nacionalistas y republicanos
Durante y después de la guerra  en aquella zona, había falta de alimentos pero aun más de telas, para poder hacer ropa. Además, en general, las cosas estaban caras.
Existían las Cartillas de Racionamiento, asignando a cada persona cierta cantidad de los productos básicos más escasos: arroz, aceite, pan…, y el estraperlo, que era un tipo de intercambio ilegal entre personas,  con el objeto de conseguir distintos tipos de alimentos.
 En esta época conoció a una mujer, que estaba casada con un jefe de falange. Gracias a esta mujer,  fue una de  las primeras, al finalizar la guerra, en poder ir a Madrid; para encontrarse de nuevo con  su marido.
Actualmente tiene 106 años y vive en Huelva.
Esta preciosa historia me la ha contado mi abuela, que ahora tiene 93 años y ha vivido todo tipo de historias, y esta en específico es sobre la Guerra Civil.


Ella estaba en la estación de tren en Murcia, y mientras esperaba la llegada de sus hermanos, vio a una mujer llorando, muy abrazada a su hija, y la razón era por que a ella en ese momento la iban a matar por ser simplemente pobre y de marido republicano, y al no querer separarse de su hija le arrancó con los dientes un pedazo de su vestido y se lo tragó, para tener algo de su hija siempre y a la hora de su muerte la tuviera presente.


Esta es una de las tragedias ocurridas a lo largo de la Guerra Civil, y esta es una de las muchas historias contadas por la gente que vivió esos momentos. Hoy ella vive en mi casa, y no hay día que no recuerde una de estas historias que vivió en primera persona junto toda su familia, de la cual solo queda ella recordando todos los momentos felices y amargos vividos, pero muy feliz junto sus nietas, nietos y siendo una maravillosa bisabuela de  una niña y un niño preciosos. Y la conclusión de ella es que fueron tiempos duros para todos, pero gracias a dios salieron adelante y han vivido una larga vida feliz y completa.


                                                                                                     Marta Carreras Blesa

Historias del pasado

Y mientras escribo esto no puedo quitarme de la cabeza el rostro de mis abuelos al contarme lo sucedido durante aquel conflicto que asoló España en los años 30. Me sorprende el hecho de que recuerdan todo con bastante nitidez y eso que solo tenían 7 años cada uno. Recuerdan los nombres completos de toda la gente de la época, las fechas exactas y los lugares concretos. La historia que ambos me cuentan sucede en Otura, su pueblo natal y donde según relatan no hubo bombardeos ni grandes disputas.  
Mi abuelo me cuenta que el único problema destacable que sucedió allí fue cuando un grupo de militares republicanos quisieron invadir las 2 mejores casas del pueblo. Dichas casas pertenecían una a Rafael Ros Muller y otra a Alfonso Porras González de Canales. Ante la inminente entrada de los militares en las casas, tuvieron que intervenir los guardias civiles del cuartel de las Palmas y de los pueblos de alrededor para evitarlo. Finalmente se evitó y la disputa no pasó a mayores.
Mi abuela por su parte, recuerda aquella época con cierta nostalgia y mucha tristeza debido a la pérdida de su hermano. La historia comienza en el 1935, cuando Francisco (que así se llamaba él)  se fue a hacer la mili al cuartel de “Capitanía General de la Recría y Doma” en Écija. Tras un año allí, el destino, el azar o la vida quisieron que  a pocos días de licenciarse en el año 1936 empezara la guerra. Por este motivo, tuvo que seguir allí durante 4 años más. Un día, cuando salía del cuartel puesto que era su día libre, pasó por delante de una cuadra en la que 2 soldados estaban herrando a un caballo. El animal estaba fuera de sí y dio una fuerte coz a uno de los soldados. Entonces Francisco fue a socorrerlo con tan mala suerte que recibió otra en el pecho, lo que provocó su muerte en el acto. Y así,  con solo 25 años, el 13 de junio del 1939, a un mes escaso de finalizar la guerra acabó sus días. Su cuerpo fue trasladado hasta  Otura, su pueblo natal, por un grupo de soldados de su regimiento, recibiendo sepultura con honores militares en el cementerio municipal.
Después de esto, mi abuela hace una larga pausa, no puede evitar derramar algunas lágrimas y me dice: “Hija, no sabes lo que es ver a toda tu familia destrozada y que con solo 11 años te vistan de luto durante 4 años más. Mis padres se tuvieron que hacer cargo de todos nosotros que éramos 8 y afrontar la pérdida de su hijo mayor en unos años muy difíciles. Además, mi padre tras la muerte de mi hermano, cayó enfermo y en poco tiempo falleció”. Así poco a poco me va relatando como mi bisabuela tuvo que cuidar de todos sus hijos durante la dura época de la posguerra.
Tras acabar de narrar su historia, mi abuela se va al dormitorio y aparece de nuevo por la puerta del salón con una vieja caja llena de recuerdos. Yo con gran expectación, observo cómo poco a poco me va sacando un montón de papeles y cuál es mi sorpresa que me enseña el documento oficial de certificado de defunción de su hermano, donde explica el fallecimiento tal y como ella me lo había contado.  Está bastante desgastado ya que tiene 72 años, pero al leerlo me produce cierta melancolía y no puedo evitar que se me escape alguna que otra lágrima.
Y así acabó la tarde, al despedirme de ellos, mi abuela me abraza y me dice que  me regala el certificado de defunción de su hermano ya que sabe que lo guardaré con el mismo cariño que ella lo ha hecho durante tantos años.
Adjunto, además una canción de la época que mi abuela recuerda a la perfección debido a su gran memoria.  He de decir que a lo largo de la tarde que pasé con ellos, me cantó muchas pero la que más me gusto fue esta:

Canción

En el mundo no se ha visto
Una guerra tan cruel
Peleando 2 hermanos con el ansia de vencer
En la trinchera cayo un herido
Su mismo hermano que lo hirió
En la trinchera se oyó un suspiro
Que hasta la tierra se estremeció
Y le dijo: “hermano mío acábame de matar
Le pones un parte a madre y le dices que he muerto ya”
Al momento puse el parte y en el cual le puse así:
“He matado a mi hermanito no se que será de mi
Sin saber que era mi hermano yo mi fusil dispare
Caí al suelo desmayado sin poderme contener
Pero no te apures madre que yo te consolare
Peleando dos en contra uno tenía que vencer”


María Raya Muros

A ese ya lo matasteis ayer

Cuando te sientas frente a ellos y les miras detenidamente, con sus arruguitas, sus cabellos canos, sus manos manchadas por la edad…cuando te fijas en sus ojos, ojos que han visto, han sentido, ojos que tienen historia…es entonces cuando te preguntas que es lo que se esconde tras la mirada de tus abuelos, tus predecesores, a quienes al fin y al cabo les debes la vida.
Esta promete ser, como cualquier otra, una de esas visitas en las que tu abuela te pone un enorme trozo de tarta porque “hija, te estás quedando en los huesos, ¿no me comes?”, y una de esas visitas en las que tu abuelo te da “dinerillo para un café con tus amigos”.
Y sin embargo, al entrar en el saloncito donde he podido pasar parte de mi infancia entre cariños y atenciones, veo a mi abuelo observando un dibujo, una especie de retrato antiguo en una cuartilla de papel, con una simple figura a lápiz que aparece sentada en una silla, con el brazo derecho apoyado sobre la rodilla y la cara escondida tras la mano.
Y yo pregunto. Y mi abuelo me mira con sus ojos cansados, que tanto han visto y vivido y comienza a hablar.
«Esta imagen, es de las pocas cosas que conservo aun de mi padre, tu bisabuelo. Siempre fue un hombre grande, muy alto, alguien imponente; solía sentarse así en esta misma posición durante horas. ¿Meditando quizás?
A menudo nos preguntábamos que era lo que pensaba, pero siempre fue un hombre reservado. Bueno, al menos desde después de la Guerra; ya sabes hija, la Guerra Civil española. Mi madre siempre decía que antes era un hombre alegre y extrovertido, pero supongo que como a muchos otros, aquellos 3 años marcaron su vida.
Yo nací en 1936, el mismo año en que estalló la guerra»
En ese momento, mi abuelo hace una pausa, toma aire, da un sorbo de su vasito de agua que permanece casi perenne en la misma mesita desde que yo puedo recordar.
Le miro, intentando averiguar que esconde en su mente, cuantos años a la espalda le han traído hasta ese sillón donde ahora se sienta cada día, como también lo hacia su padre, y me habla.
«Mi padre perteneció a lo que entonces se llamaba Bando Nacionalista, no sé si ahora lo estudiáis por ese nombre…El caso es que sí, mi padre estuvo en la guerra. Como te he dicho, era un hombre muy llamativo, así que, cuando fue apresado por los rojos, como tantos otros, no tardaron en fijarse en el.
En mi familia, no sé bien porque, hemos tenido cierto parecido a la familia real. Tu siempre me has dicho que me parezco al rey; pues bien, mi padre se parecía a Alfonso XIII. Los republicanos no eran favorables de la monarquía, mi padre tuvo que pagar por ello.
Fue apresado, y torturado. Las humillaciones que sufrió quedarían para siempre marcadas en su sonrisa. Esa sonrisa que apenas se dejó ver, pero las pocas veces que si aparecía, tan solo mostraba una boca destrozada de dientes medio rotos al haber sido sacados con unas tenazas con anterioridad.
Sí hija, no me mires así de sorprendida, a mi padre le sacaron todos los dientes, con unas viejas tenazas algo oxidadas, solo por parecerse al viejo rey.
Sin embargo, fue alguien con suerte, o lo que entonces se podía llamar tener suerte. Entre la cantidad de hombres que fueron fusilados, de un bando o de otro, tu bisabuelo no se encontró.
Es curioso, era tal la fijación con acabar con el bando contrario que a veces llevar el seguimiento de los fallecidos se volvía complicado, hasta el punto, de que mi padre se salvo por pura confusión.
Él, junto con otros compañeros de celda se encontraba esperando lo que iba a  ser su fin. Unos rezaban, otros callaban, otros se tapaban la cara con las manos, como si así, ocultasen las lágrimas o el miedo que brillaba en sus ojos.
Se acerco entonces el oficial de turno, con ese pasaporte hacia la muerte que era la lista de los nombres de los presos. Comenzaron a llamar a hombres, y en el momento en que dijeron “ José Ruiz Rodríguez”, mi padre se dispuso a incorporarse y por alguna razón, su compañero de “metro cuadrado en la celda” le agarro del brazo y evitó que se levantase, a la vez que decía en voz alta “Hombre, a ese ya os lo matásteis ayer”»
Me hipnotizan las palabras de mi abuelo, palabras cagadas de emoción escondida bajo su apariencia de cabeza de familia. Es también un hombre grande, como lo fue su padre, y en estos momentos se muestra vulnerable recordando como sí pudo después de todo conocer al padre que se marcho a los pocos días de nacer él a lo que iba a ser una muerte segura.
Dejo a mi abuelo descansando. Es ya mayor. Sus ojos de historia me han revelado tan solo una minúscula parte de todo lo que realmente conocen.
Y yo que no soy más que una cría en comparación con el, me siento a relatar su historia, que si bien para algunos no será importante, para mi abuelo, y para mi, supone el mapa del camino de lo que hoy son, nuestras vidas.

Julia Zorrilla Ruiz

"No eran tiempos fáciles"



Siempre me he preguntado como de mal lo habían pasado mis abuelos en la Guerra Civil, pero nunca había sido capaz de preguntarles, no quería que lo pasaran mal, no quería hacerles daño. Pero una tarde de abril como otra cualquiera me presento en su casa, una casa que me evoca una profunda nostalgia por todos los momentos que he vivido en ella, me siento en el sillón que antes ocupaba mi abuela y me acurruco en él, siento así que ella está más cerca mía, que es ella quien me abraza. Así me dispongo a escuchar una historia que es capaz de hacerme vibrar más que cualquier canción, capaz de enseñarme más que cualquier libro de Historia y capaz de hacer que me emocione más que cualquier película romántica. Le miro fijamente y me doy cuenta de todo lo que ha vivido, de todas las historias que puede contarme, de toda la sabiduría que transmiten sus consejos, consejos que siempre me hacen sonreír y que algún día contaré yo. 


Le pregunto. Y en ese mismo instante él levanta su mirada, una mirada que esconde un pasado, y me sonríe. Una sonrisa que yo sé que esconde mucho más, en ese instante apaga la televisión y comienza a narrarme su historia.

"Cuando comenzó la guerra yo tenía tan solo 13 años, y toda mi vida se vino abajo, todo lo que conocía desapareció. Era como una pesadilla, recuerdo los bombardeos y como teníamos que huir a un barranco con el único cobijo que el de un colchón. Mi abuela nunca quiso abandonar la casa y mucho menos huir, era una mujer valiente y aunque la recuerdo muy poco, recuerdo sus ojos, unos ojos grandes e intensos, eran iguales que los tuyos. Los bombardeos no eran lo peor, lo peor era cuando los rojos venían a casa y te quitaban todo lo que tenías. Una vez los rojos vinieron cuando nosotros no estábamos y estaba sola mi abuela, le preguntaron donde estaba su familia, y ella les respondió mintiendo que no lo sabía, pero que no los esperaran porque no los iban a encontrar. Fue entonces cuando entraron en la casa y revolviéndola toda a su paso, se llevaron todo aquello de valor que encontraron, todo menos los ahorros que mi abuela escondía debajo del colchón, no porque no los hubieran visto, sino porque quizá aún quedaba un poco de bondad en las personas. Una bondad que no abundaba por aquellos tiempos. En mi pueblo, en Turón, se cometieron muchas barbaridades, por aquel entonces, se estaba construyendo una carretera con los hombres apresados del pueblo. Era tal la violencia que cuando cuando las mujeres de esos hombres intentaban hablar con ellos inmediatamente los fusilaban, aunque sus esposas estuvieran delante. Para que no se llevaran a mi padre tuvimos que esconderlo en una trampilla debajo del suelo, para que no lo encontraran, porque sabíamos que si lo hacían no volveríamos a verlo. Y allí pasó casi quince días hasta que se olvidaron de él y pudo volver a salir, mientras fui yo quien tuvo que mantener a toda mi familia, no eran tiempos fáciles."

La historia que continúa narrando mi abuelo me deja totalmente absorta y fascinada, es un hombre valiente, que ha tenido que luchar por su familia, porque nunca nadie les ha regalado nada. Y aquí está, frente a mí, intentando que comprenda todo lo que ellos pasaron, para mí él es uno de los muchos héroes de la guerra, una persona hecha así misma y que ha tenido que enfrentarse a todo y a todos.

Me despido de él. Es muy mayor y tiene una salud delicada. Me da un beso en la frente y me doy cuenta de que tiene lágrimas en los ojos, sé que esos ojos ahora cansados esconden muchas historias que estoy segura me irá contando. Puede que muchas personas piensen que son meras absurdeces de un abuelo y su nieta, pero para mí es mucho más que eso, es saber que tras de mí existe una historia, la cual yo debo continuar con la misma valentía con la que lo hizo mi abuelo.

Selene Mª Pintor Rivas

jueves, 14 de abril de 2011

Sonrisas y lágrimas

Eran las 8 de tarde, el sol entraba de manera apagada por las cristaleras de mi salón. Allí estábamos sentadas en un pequeño sillón marrón mi abuela y yo. Nada más nombrarle el término “guerra civil” noté como sus ojos se envolvían en lágrimas.
Mi abuela vivía desde que era niña en el barrio del Albaicín, en una pequeña plaza que todavía existe, aunque probablemente esté  deshabitada. Su casa tenía tan solo dos habitaciones, en las que ella vivía junto sus padres y sus 6 hermanos. Mi abuela era la mayor de todos ellos  y siempre fue la responsable de los más pequeños. Cuando comenzó la Guerra Civil ella tenía 12 años, suficientes como para que todo lo que viviese en aquel tiempo, a día de hoy, sea capaz de contarlo. 
Numerosas palabras, abundantes lágrimas y rostros de tristeza marcaron  aquel momento en el que la única frase que yo repetía era: ‘’Mama cuéntame cómo... ‘’.
Tal vez dos situaciones fueron las protagonistas de aquella tarde de recuerdos, dos momentos que me parecieron de película, pero a los que mi abuela junto con sus hermanos tuvieron que vivir en un primer plano, con mucho miedo y sobre todo, con mucha valentía.
La primera fue, sin duda, la muerte de su padre. Su rostro se descompuso cuando recordó como ella tuvo que guardar a todos sus hermanos en casa para que no vieran lo que pasaba. Un camión negro cargado de padres, abuelos… con ideologías contrarias al franquismo eran montados allí sin un destino fijo y, por supuesto sin un billete de vuelta. Eran trasladados al muro que hay cerca del cementerio donde con un disparo acabarían con sus vidas.
En segundo lugar, contaba que tras la muerte de su padre y un tío suyo, su madre quedó sola con 7 niños a cargo, por lo que como he nombrado antes, ella se hizo cargo de los más pequeños. Me relataba cómo, bajando la calle detrás de un aljibe, había una pequeña puerta en el suelo donde tenían que huir y esconderse cuando los aviones pasaban por encima de sus cabezas, esa era la única forma de seguir vivos y, aunque pasaron mucho miedo y vivieron en situaciones pésimas como comer a base de pan y agua, o durmiendo en cajones por falta de dinero para comprar camas… consiguieron terminar aquella situación que estaba acabando con sus vidas.
Lo demás tampoco tenía importancia, o tal vez eran las típicas situaciones vividas en una sociedad en la que predominaba el miedo, la angustia y el querer huir hacia otro lugar en busca de una vida mejor.
Y así acabó la tarde, se quedó allí sentada viendo la televisión, pero con la mirada perdida... Hasta aquí puedo contar ya que ni yo sé lo que pasó por aquella cabeza... Tan solo puedo decir que su rostro estaba recorrido por tímidas lágrimas que se escapaban de sus ojos.

Laura Pérez Mata

miércoles, 13 de abril de 2011

Retales de una Guerra

Apenas contaba con los 6 años, cuando estallo el conflicto, pero sus ojos son capaces de relatar el dolor vivido, adornado con ciertos momentos de felicidad espontáneos, que de esos también existían, aunque escasos, en los momentos más duros.
Y ahora, 75 años después, con 81 primaveras cargadas a sus espaldas, me mira a la cara, dispuesta a dejar que indague más a fondo en un tema, que sabe, me apasiona. Y me lo relata casi día por día, con todo tipo de detalles. Me empapo de cada una de sus palabras, cargadas de sentimientos, palabras vividas, momentos exactos, fechas tan concretas que me hacen preguntarme como puede recordar momentos vividos a tan temprana edad. Con una mirada cargada de experiencia, me responde:
“Hija, una guerra no se olvida”
Y no soy capaz ni por un instante de cuestionar su palabra. ¿Cómo puede olvidar una persona los bombardeos que mi abuela recuerda con una desolación contenida imposible de disimular? Pero sin lugar a dudas, es a mí a la que se le hace un nudo en la garganta, cuando ella, desde su sillón de siempre me cuenta como en Colomera, su pueblo natal, tenían que huir despavoridos, como en casi toda España, al sonido de la alarma que anunciaba la inminencia de los bombardeos. Me relata entonces, con cierta sorna, que su madre nunca veía la necesidad de huir de su casa en busca de refugio, puesto que según defendía, ella no había hecho nada. Me lo cuenta con simpatía, porque a pesar de la temeridad con la que se enfrentaba su madre a la vida, sobrevivieron.
“Solo un día, una bomba explotó cerca, el único día que nos íbamos hacia las cuevas para protegernos.”
Casualidad o no, el único día que vieron su vida en peligro, fue el que abandonaban su casa. Según mi bisabuela, creyente, el tener en su casa numerosas imágenes religiosas, era su protección.
Una creyente en zona roja, que tuvo que contemplar la quema de la Iglesia de su pueblo, monumento de fe. Una mujer que, se enfrentó a un militar, cuando este, entrando en su casa, pues tenían potestad para ello, le ordenó que descolgase la imagen de la Santa Cena que ahora adorna el salón de la casa de mi abuela.
“Cuando esa imagen haga la mitad de daño que vosotros, la descolgare.”
Palabras de una mujer valiente, amparada en el consuelo que le ofrecía la religión.
Pero, aunque el sufrimiento es el recuerdo más latente, también quedan aunque más escondidas, sonrisas, pues según cuenta, su familia intentaba evadirle como niña que era, de las penurias que se vivían en la época. A pesar de los esfuerzos, admite que la perdida de amigos y familiares, es sin duda, difícil de ocultar. La menor de cinco hermanos, todos varones, tuvo que despedirse de dos de ellos, que fueron llamados al frente con 16 y 18 años.
Entonces empiezo a preguntarle por el hambre, las faltas, las penurias y me responde contundente que las faltas fueron mayores en la posguerra que en la guerra y que ella tuvo suerte relativamente, ya que en los pueblos al existir tierras, y zonas de cultivo, la comida era algo más abundante que en la ciudad.
Necesidad y hambre a raudales, que se extendieron durante un período de tiempo demasiado largo. Un periodo que fue testigo de diversas reacciones por parte de la gente, ante los problemas. Según dice mi abuela, en su pueblo se desarrolló un movimiento caritativo, en especial con las cartillas de razonamiento, los encargados de repartir la comida, siempre echaban una barra más de pan, al enfrentarse a la cara de aquel que era su vecino, y al que podía contemplar desesperado por sacar a su familia adelante cuando al final de semana, no quedaba ni rastro de los alimentos que, por orden del Estado, le correspondían. Estas acciones por parte de los dueños de la fábrica de pan o por los dueños de las tiendas, que con ese sentimiento de ayuda social que solo las grandes catástrofes son capaces de conferir a las personas, se arriesgaban a un arresto, que como dice mi abuela, era muy común.
Y así pasamos la tarde, entre historias y preguntas. Una tarde, que me ha ayudado a sentir más de cerca, las vivencias de la época más oscura de España. Y me despido de mi abuela, a la que dejo inmersa en los recuerdos que de nuevo, ha sacado a la luz, recordando probablemente el grito de “La guerra ha terminado.” O rememorando su llegada a Granada, en busca de nuevas oportunidades.

Macarena Cabello Labrat

jueves, 31 de marzo de 2011

Comienzo del camino

Al estar estudiando el franquismo, nos hemos dado cuenta de todo lo que nuestros abuelos, tíos y demás parientes han podido sufrir, tanto por la guerra, como por la postguerra y todas aquellas familias que se tuvieron que marchar a otros países.
Por ello hemos querido enfocar este blog a un tema que realmente sigue vivo como un miembro fantasma.
En este blog no queremos hacer una crítica hacia ningún bando de la guerra ni queremos posicionarnos, solo queremos contar historias de personas mayores que han podido vivir desde cerca la guerra civil.
En este blog nos contaran todo lo bueno y lo malo y todos los sentimientos que han surgido dentro de ellos, el dolor y todas las repercusiones que esto ha podido tener en ellos y en la sociedad.
El blog será realizado a cerca de personas que han vivido en granada y lo realizaremos los alumnos de 2BACH del colegio "El Carmelo".


Marina Fernández Aizpitarte