jueves, 14 de abril de 2011

Sonrisas y lágrimas

Eran las 8 de tarde, el sol entraba de manera apagada por las cristaleras de mi salón. Allí estábamos sentadas en un pequeño sillón marrón mi abuela y yo. Nada más nombrarle el término “guerra civil” noté como sus ojos se envolvían en lágrimas.
Mi abuela vivía desde que era niña en el barrio del Albaicín, en una pequeña plaza que todavía existe, aunque probablemente esté  deshabitada. Su casa tenía tan solo dos habitaciones, en las que ella vivía junto sus padres y sus 6 hermanos. Mi abuela era la mayor de todos ellos  y siempre fue la responsable de los más pequeños. Cuando comenzó la Guerra Civil ella tenía 12 años, suficientes como para que todo lo que viviese en aquel tiempo, a día de hoy, sea capaz de contarlo. 
Numerosas palabras, abundantes lágrimas y rostros de tristeza marcaron  aquel momento en el que la única frase que yo repetía era: ‘’Mama cuéntame cómo... ‘’.
Tal vez dos situaciones fueron las protagonistas de aquella tarde de recuerdos, dos momentos que me parecieron de película, pero a los que mi abuela junto con sus hermanos tuvieron que vivir en un primer plano, con mucho miedo y sobre todo, con mucha valentía.
La primera fue, sin duda, la muerte de su padre. Su rostro se descompuso cuando recordó como ella tuvo que guardar a todos sus hermanos en casa para que no vieran lo que pasaba. Un camión negro cargado de padres, abuelos… con ideologías contrarias al franquismo eran montados allí sin un destino fijo y, por supuesto sin un billete de vuelta. Eran trasladados al muro que hay cerca del cementerio donde con un disparo acabarían con sus vidas.
En segundo lugar, contaba que tras la muerte de su padre y un tío suyo, su madre quedó sola con 7 niños a cargo, por lo que como he nombrado antes, ella se hizo cargo de los más pequeños. Me relataba cómo, bajando la calle detrás de un aljibe, había una pequeña puerta en el suelo donde tenían que huir y esconderse cuando los aviones pasaban por encima de sus cabezas, esa era la única forma de seguir vivos y, aunque pasaron mucho miedo y vivieron en situaciones pésimas como comer a base de pan y agua, o durmiendo en cajones por falta de dinero para comprar camas… consiguieron terminar aquella situación que estaba acabando con sus vidas.
Lo demás tampoco tenía importancia, o tal vez eran las típicas situaciones vividas en una sociedad en la que predominaba el miedo, la angustia y el querer huir hacia otro lugar en busca de una vida mejor.
Y así acabó la tarde, se quedó allí sentada viendo la televisión, pero con la mirada perdida... Hasta aquí puedo contar ya que ni yo sé lo que pasó por aquella cabeza... Tan solo puedo decir que su rostro estaba recorrido por tímidas lágrimas que se escapaban de sus ojos.

Laura Pérez Mata

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